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viernes, 24 de abril de 2015

La pasión sevillana

El pasado lunes santo, viendo la entrada de la Virgen del Rocío de la Redención junto a un amigo estadounidense (un momento por cierto muy bonito de la Semana Santa) una enigmática mujer se nos acercó y simplemente nos sugirió que le invitáramos a mirar al cielo, que era parte del mágico ambiente. Así lo hizo, pero la cosa no quedó allí, para sorpresa de todos, empezó a hablar un perfecto inglés con él. Entonces le contó su experiencia, contó cómo sentía ella la Semana Santa, como hay algunos momentos que sin saber por qué y cuándo van a suceder, te llegan dentro, te conmocionan; y como vuelves al año siguiente buscando experimentar lo mismo pero ya no ocurre en ese sitio, ocurrirá de nuevo cuando menos lo esperes.




Para mí fue emocionante ver cómo dos personas que no eran de esta ciudad describían  perfectamente lo que yo sentía y hablaban de lo emocionante que era la Semana Santa. Fue un momento memorable, y no quise que esto quedara allí, quise que trascendiera y quise compartirlo, así que más tarde contacté con ella y aquí traigo su testimonio, que explica perfectamente la razón de ser de la Semana Santa sevillana:

"Cuando, después de años de estudio y trabajo en Canadá, Estados Unidos y algunos países de Europa y África, llegué a Sevilla hace 
ya veintitrés años, me pareció aterrizar en una ciudad de leyenda. 
Tanto me gustaba que por las noches, terminada la última clase, 
dejaba la universidad, pasaba por casa para tomar algo y ponerme 
los botines y el chándal, y me iba a caminar por el barrio de Santa 
Cruz, por las calles estrechas y silenciosas del Centro. Lo hice 
durante años, y creo que, algunas veces, boquiabierta ante la 
belleza de la ciudad.


Mi primera Semana Santa en Sevilla también iba a ser la primera 
después de muchos años —por lo general, en el extranjero sólo se 
celebran el Viernes Santo y el Domingo de Resurrección—, y a lo 
que me disponía era a ver era una Semana Santa parecida a la 
castellana, todo rigor, recogimiento y sobriedad. Dejo que imagines 
mis sentimientos de aquel año: ¡No creía lo que veía! Me parecía 
caótico, irreverente y falto de sentido, con lo que llegué a casa 
horrorizada y prometiéndome no verla nunca más.


Sin embargo, como bien sabes, vivir en el centro obliga a ver y 

escuchar el paso de las procesiones; imposible evitarlo: siempre te 
toparás con alguna y tendrás que esperar a que pase o abrirte 
camino —misión poco menos que imposible para una forastera— 
entre la multitud. Así que, sin querer y sin entenderla, fui 
acostumbrándome al barullo: era el primer paso.


Después, tuve suerte. Unos amigos sevillanos, amantes de su 

tradición, me invitaron a ver procesiones. Sabían moverse en lo que 
para mí era un laberinto de nazarenos y penitentes; sabían buscar 
la imagen que querían, sin esperar durante horas; veíamos las más 
significativas en el lugar adecuado y, además, me explicaban lo que 
veía, me hacían notar detalles que aumentaban la belleza o el 
interés, me resumían algún dato histórico… me iniciaron, en suma, 
en este misterio que es la Semana Santa sevillana, tan llena de 
interés, de belleza, de arte, de ingenio y de saber hacer. 

Poco a poco, y ya sola (con los años el grupo se dispersó), fui 

aprendiendo a distinguir las imágenes; a elegir las que más me 
impactaban; a disfrutar de las marchas y del “mecerse” cadencioso 
de los pasos a su ritmo; poco a poco, fui admirando el exquisito 
gusto con que se adornan los pasos y, sobre todo (aunque 
realmente fue lo primero que me impactó cuando empecé a 
moverme sola entre las multitud), sobre todo, empecé a notar el 
asombroso y ejemplar comportamiento de la mayoría de los 
sevillanos.

Hoy, soy una enamorada de la Semana Santa sevillana, 

acontecimiento que espero con anticipación en cuanto nos 
acercamos al equinoccio de primavera. 

He investigado bastante sobre esta celebración que cada vez me 
parece más interesante desde cualquier punto de vista: el histórico, 
el económico, el artístico, el cultural, el tradicional y, sobre todo, el 
religioso. Cada uno de estos aspectos merece un estudio profundo 
y lleno de hallazgos interesantísimos, pero la Semana Santa 
sevillana está hecha para los sentidos, para dejarse embriagar por 
el perfume del azahar y del incienso, para emocionarse escuchando 
los clarines y los tambores; para tocar con dedos temblorosos la 
canastilla que te roza, musitando una oración; para saborear las 
torrijas y, sobre todo, para dejar que la visión de sus maravillosas 
imágenes te conmueva hasta lo más hondo.

Creo que la contemplación de los pasos, iluminados por la luz 

amarillenta de las velas y mecidos por la música cadenciosa de una 
marcha, tiene algo de hipnótico que hace que uno no pueda apartar 
la mirada del dulcísimo rostro de una Dolorosa; de la desgarradora 
belleza de un Crucificado; de la conmovedora humildad de un 
Nazareno…

¡¿Quién no se ha conmovido alguna vez ante una de estas 

imágenes de belleza inefable?! ¡¿Quién no ha salido a la calle en el 
atardecer sevillano en busca de esa experiencia sublime que le 
impactó una vez y que no olvidará nunca?! ¡¿Quién no ha 
regresado a casa por la calle, ya solitaria, con el corazón henchido 
por tanta emoción y belleza y el ánimo agradecido?!
La Semana Santa sevillana es muchas cosas, desde un fenómeno 
antropológico digno de estudio hasta una atracción cultural que 
cruza nuestras fronteras, pero, sobre todo, la Semana Santa 
sevillana es un rito que conjuga, como sólo Sevilla sabe hacerlo, la 
celebración de dos misterios: la llegada de la primavera —el 
renacer de la vida—, y la celebración de la Vida, con mayúscula, 
que la muerte y resurrección de Cristo trae a la humanidad. 

Por eso el sevillano no está triste; por eso se regocija, porque sabe 

(o intuye, ¡qué más da!) que la Pasión de Cristo es pasado, 
mientras que la Vida que con ella nos dona es actual y…eterna. Por 
eso la Semana Santa sevillana, no es un período de triste 
recogimiento, sino una explosión de júbilo que celebra la vida: la 
que se renueva anualmente, y la eterna, la que la Pasión de Cristo 
nos ha alcanzado."

Marisol Gómez Salcedo

Sevilla, 24 de abril de 2015

Después de esto sólo me queda darle gracias por haberse acercado a hablar con nosotros y por haber escrito esto, y dar gracias por haber estado allí en ese preciso momento.



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